Uno para todos, todos para uno
Los Tres Mosqueteros, Capítulo 9
Alejandro Dumas, 1844

La música es el más bello y universal de los lenguajes. Además, a diferencia de los incontables idiomas y dialectos existentes en nuestro planeta, la música es un lenguaje que puede explicarse a través de proporciones matemáticas básicas, todas ellas de comprensión innata para el ser humano.

Cuando aprendemos música a través de nuestro instrumento interno, la voz, materializamos conceptos y desarrollamos destrezas de manera divertida y natural: unidad, doble, triple, cuádruple, mitad, tercio, cuarto, las proporciones algebraicas básicas, dejan de ser teoría para convertirse en valores rítmicos y en alturas de sonidos, o, mejor aún, en bellas canciones. Además, nos acostumbramos a oír en detalle, a colaborar con otros músicos, a ajustar afinación, volumen, timbre e impostación de la voz. Aprendemos a darle claridad a la palabra cantada y a valorar la ausencia de sonido (el silencio) tanto como valoramos el sonido mismo.

Cuando una melodía creada para cantarse o tocarse de manera superpuesta, a espacios métricos regulares, se interpreta en grupo produce lo que se conoce como canon al unísono, una de las formas más antiguas y divertidas de hacer polifonía, es decir, música que contiene varias partes que suenan de forma simultánea. Según el número de entradas que tenga, un canon puede requerir dos, tres, cuatro y hasta más voces: el canon al unísono favorito de los niños de nuestro planeta bien podría ser la antiquísima melodía francesa Frère Jacques, conocida en nuestro idioma como Fray Santiago.

Andrés Barrios posee un talento artístico como el que solían tener los grandes maestros del pasado, el cual se manifiesta a través de pinturas, poesías, canciones, piezas instrumentales, inclusive a través de sus célebres golosinas. En lo personal, lo que más admiro entre sus muchas facultades musicales es su capacidad de jugar con la música (en español decimos tocar un instrumento, pero en la mayoría de los idiomas se usa el verbo jugar, que viene al dedillo para eso de hacer música). A veces los juegos musicales de Andrés son intelectuales, como el ajedrez; a veces son de alta precisión, como el juego de metras; a veces son de acción: correr, risas y gritos, como el juego de la ere. Con seguridad la música ha sido su juguete favorito y uno de sus lenguajes predilectos desde que era niño, momento en que aprendió a cantar.

Cuenta Andrés que en la escuela tuvo un maestro de música muy peculiar y muy alto quien, ayudado por un instrumento de esos que llaman melódica (con una mano se sostiene, con la otra se toca un pequeño teclado, con la boca se le sopla aire, bien sea a través de una boquilla o de un tubito), enseñaba a los niños a cantar cánones a varias voces. Desde entonces Andrés quedó fascinado por el precioso abanico de sonidos que provenía de esa especie de orquesta humana que formaban sus compañeros de clase. Quizá, sin saberlo, desde entonces estaba proyectando esta colección de cánones que aquí les presentamos.

Aunque no es imprescindible saber teoría de la música, solfeo o lo que modernamente llamamos lenguaje musical para poder cantar y disfrutar de estos cánones, las ventajas que aporta el saber leer música son incuestionables: créanlo o no, en la música confluyen matemática, arte, anatomía, coordinación motriz fina y muchos conocimientos más, todos integrados de forma armoniosa y sinérgica. Cuando aprendemos correctamente a leer y a comprender la música estamos aprendiendo, como se imaginarán, una de las poli-destrezas (unión de varias destrezas) más distintivas del ser humano. Por suerte, en la actualidad, son muchas las escuelas donde la música es materia esencial; existen además buenos conservatorios y academias de música; inclusive podemos aprender sobre música y lenguaje musical a través de diversos enlaces que nos brinda esa maravilla del mundo moderno que nos une en este momento: la Internet.

Cada una de las 25 canciones de esta colección aparece en dos versiones. En la primera escucharemos, luego de una introducción instrumental, la melodía del canon; esto con la intención de que podamos familiarizarnos con ella y aprenderla, de ser necesario, de oído. Es importantísimo cuidar la afinación de nuestra voz, el figuraje rítmico que lleva la melodía y la claridad de la letra. Cuando se procede correctamente, la canción se debe poder cantar sin ningún esfuerzo y el resultado debería ser muy natural, muy placentero y muy divertido.

Una vez que estemos seguros de haber aprendido con precisión la melodía podemos comenzar a escuchar la segunda versión, la cual está interpretada en canon. Aquí veremos surgir el abanico de sonidos al que nos referimos antes y nos daremos cuenta de cómo la melodía que aprendimos en la primera versión ahora ocurre a espacios regulares durante el canon, superponiéndose sobre si misma como por arte de magia. Si hemos aprendido correctamente la melodía en la primera versión, no debería ser complicado cantarla en la versión en canon, inclusive cantar a partir de las diferentes entradas, para llegar a conocer la pieza en detalle. El maravilloso, y a momentos bastante negro, sentido del humor de Andrés le aporta a sus cánones textos que, aparte de ser muy divertidos, se hacen fáciles de recordar y se convierten en algo así como un chiste privado entre quienes los interpretan. Cuando un canon está bien articulado (pronunciado), se va a poder entender cada palabra de cada voz, así estén superpuestas varias de ellas en un momento dado. Notarán que al momento de terminar cada canción empleamos el recurso que los músicos llamamos rallentando (frenando), con el cual avisamos a nuestros compañeros de canon que la pieza está por concluir.

Algunos repararán en el hecho de que las partituras no incluyen indicación de metrónomo. Eso no es una omisión, todo lo contrario. Además de que las versiones grabadas nos dan una idea muy exacta de la intención de impulso y movimiento que Andrés imaginó para cada canon, el no “amarrar” las canciones a un pulso fijo permitirá más flexibilidad interpretativa y servirá, esperamos, para enfatizar lo que realmente es importante: la proporción exacta entre los valores rítmicos de cada melodía. En ese sentido una buena ejecución de estos cánones no es un asunto de velocidad, para nada, es asunto de poner cada elemento, sea rítmico o melódico, en su justo lugar, una destreza que resulta imprescindible para cualquiera que desee llegar a conversar con fluidez en el idioma de la música.

Con unos cuantos amigos y unos cuantos cánones bien aprendidos podemos intentar cantar sin ayuda de la grabación: al principio no será fácil, pero si perseveramos lo vamos a lograr, no les quepa duda. Ojo, desde hace muchos siglos los cánones han creado adicción entre niños, jóvenes, adultos y viejos. A veces, aunque paremos de cantarlos, continúan revoloteando en nuestras cabezas y podríamos sorprendernos a nosotros mismos tarareándolos en lugares insospechados, inclusive inapropiados. En todo caso se trata de un hábito que bien puede consolidar una bella amistad de por vida entre ustedes y la música, así como le pasó, hace ya bastantes años, a un niño genial llamado Andrés Barrios.

Bartolomé Díaz

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